Hay una conexión singular entre Shakira y el público español que tiene mucho que ver con su talento escénico. Esa alianza –refundada anoche en el Palacio de los Deportes de Madrid– fue obvia desde aquel Bruta, ciega, sordomuda de 1999, que nunca se cae de su repertorio, pero se blindó hace dos años y medio en el primer Rock in Rio que se celebraba en España.
Aquel día abría cartel la autodestructiva Amy Winehouse, que unos días antes a poco se cae redonda en Lisboa. Quizá por eso Winehouse actuaba a las ocho, aún con luz día, no fuera que la noche la confundiese. No se cayó e incluso balbució canciones durante media hora. Las crónicas le dedicaron densas reflexiones al desaguisado y apenas destinaron un párrafo al manantial pop que ofreció Shakira de madrugada.
Hacía unos días que el niño Torres había dado a España su primera gloria moderna y la de Barranquilla salió al grito de "¡Hola, campeones de Europa!". La familia Medina, plenipotenciaria dueña de Rock in Rio, la sacó este año detrás de Rihanna. La sofisticación fetichista de la barbadense fue muy cool y también provocó mucha literatura polisilábica –como de revista de música de lujo–, pero de nuevo la colombiana se comió el escenario y a su telonera.
Las dos actuaciones de Shakira sancionan los días de mayor concurrencia en el macrofestival de Arganda del Rey, derrotando –apunten– a The Police, Alejandro Sanz, Metallica, Bob Dylan, Rage against the machine, Hannah Montana, Franz Ferdinand, Neil Young... Casi 90.000 personas oyeron el talismán Waka, waka, con el que se diría que impulsó a Iniesta hacia la gloria infinita.
Así las cosas, con 90.000 fans ya satisfechos, nadie diría que el desembarco, anoche, de su gira Sale el sol iba a agotar entradas, pero lo hizo. El próximo miércoles tratará de repetir en el Palau Sant Jordi.
Shakira aventaja al resto de las aspirantes al cetro de la Madonna latina –que no es una redundancia pero lo parece– porque compone sus propias canciones y por su fresca sexualidad sobre las tablas, natural, sin lecturas turbias. La carrera de las grandes del pop se sustenta, desde Madonna, en un explícito erotismo –revisen vídeos–, pero ninguna lo ha trasladado al escenario con esa nula afectación, con una desinhibición sana que no incomoda ni a la más atribulada gente decente. Su coreografía es, por así decir, sexo para todos los públicos.
Y también vence por su peculiar timbre, que no se parece en nada a la larguísima estela de voces melismáticas que dejó la escuela de gorgoritos de Whitney Houston (para qué dar nombres).
Pero sobre todo, Shakira es mejor porque entre ella y el público se produce una indescifrable corriente de simpatía recíproca que provoca mutua risa floja. Si alguna vez han oído reír a Shakira no hace falta explicar más.
Hacía unos días que el niño Torres había dado a España su primera gloria moderna y la de Barranquilla salió al grito de "¡Hola, campeones de Europa!". La familia Medina, plenipotenciaria dueña de Rock in Rio, la sacó este año detrás de Rihanna. La sofisticación fetichista de la barbadense fue muy cool y también provocó mucha literatura polisilábica –como de revista de música de lujo–, pero de nuevo la colombiana se comió el escenario y a su telonera.
Las dos actuaciones de Shakira sancionan los días de mayor concurrencia en el macrofestival de Arganda del Rey, derrotando –apunten– a The Police, Alejandro Sanz, Metallica, Bob Dylan, Rage against the machine, Hannah Montana, Franz Ferdinand, Neil Young... Casi 90.000 personas oyeron el talismán Waka, waka, con el que se diría que impulsó a Iniesta hacia la gloria infinita.
Así las cosas, con 90.000 fans ya satisfechos, nadie diría que el desembarco, anoche, de su gira Sale el sol iba a agotar entradas, pero lo hizo. El próximo miércoles tratará de repetir en el Palau Sant Jordi.
Shakira aventaja al resto de las aspirantes al cetro de la Madonna latina –que no es una redundancia pero lo parece– porque compone sus propias canciones y por su fresca sexualidad sobre las tablas, natural, sin lecturas turbias. La carrera de las grandes del pop se sustenta, desde Madonna, en un explícito erotismo –revisen vídeos–, pero ninguna lo ha trasladado al escenario con esa nula afectación, con una desinhibición sana que no incomoda ni a la más atribulada gente decente. Su coreografía es, por así decir, sexo para todos los públicos.
Y también vence por su peculiar timbre, que no se parece en nada a la larguísima estela de voces melismáticas que dejó la escuela de gorgoritos de Whitney Houston (para qué dar nombres).
Pero sobre todo, Shakira es mejor porque entre ella y el público se produce una indescifrable corriente de simpatía recíproca que provoca mutua risa floja. Si alguna vez han oído reír a Shakira no hace falta explicar más.
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